Alberto Híjar

Por lo visto, Leticia Ocharán transita caminos diversos para producir signos: ha buscado lo característico de ciertas zonas corpóreas para abstraerlas, y con un toque de color cargarlas de sexualidad; ha incorporado recursos gráficos como el montaje de planos, con referencias de fotografías cortadas en situaciones pictóricas; se ha apropiado de las líneas de fuerza futurista para establecer cortes análogos a los que poseemos en nuestro cuerpo; ha recurrido, en fin, al recurso de la texturación y el colorido, de la línea y del dibujo tonal, hasta hacer el tránsito de lo sucio a la limpidez, una posibilidad significativa que en otra parte ha explicado bien Andrés González Pagés (20 obras, Leticia Ocharán, Gobierno del Estado de Tabasco, 1980).

Pero nada de esto es repertorio de recursos aislados, sino ha ido complicando la obra de Leticia. En efecto, apenas es posible identificar una etapa abstraccionista en su obra de la que incluye la figuración. Apenas se puede hacer esto porque en realidad nunca ha separado los recursos sígnicos; más bien ha hecho que uno se apoye en el otro. Se la puede acusar de cualquier cosa menos de simplismo. Tampoco se la puede acusar de complicar gratuitamente, más bien se descubre en ella el afán constante de significar un mismo tema, un solo problema: el lugar de la mujer y las relaciones sexuales.

Hay obras de Leticia con una sola figura más o menos completa a la que rodean o significan por contigüidad, toques de color o textura. Hay otras en las que se vale de la peligrosa composición de balanza con corte al centro y dos masas, que sin ser iguales resultan equivalentes. Otras veces es la misma figura femenina la que da lugar a diferentes composiciones, acumulando ojos o bocas, pero también rayones o manchas. Todo esto da lugar a series que en realidad son parte de una gran serie que es la obra total de una artista consecuente y organizada.

La serie es un modo de producción en el que el artesano trabaja y trabaja un problema hasta conseguir soluciones diversas. Hay quien dedica su vida entera a trabajar de esta manera. Otros optan por la serie, cuando hay un acontecimiento que ocupa la atención y los coge desprevenidos, porque en realidad nunca antes les había interesado el problema. Leticia Ocharán no trabaja por la ocasión, pero tampoco por el oportunismo. Al revés, de manera constante ha propiciado el trabajo de talleres donde comparte sus conocimientos con otros, hasta conseguir un enriquecimiento entrecruzado de experiencias. Leticia socializa así su proceso creativo al apropiarse de los otros, al mismo tiempo que confronta y deslinda sus propias posibilidades. No es que éste método creativo sea nuevo, pero llevarlo a la práctica de manera constante revela una posición y alienta una tendencia. Esta tendencia propiciada entre artistas fraternos obliga a Leticia a ocuparse de la valoración del arte, no sólo del suyo, sino de toda la producción a su alrededor, de lo que la afecta y de lo que la niega, de lo que la alienta y de lo que la contradice.

Pero de nada sirve en el trabajo artístico todo lo que se haga para influir en la circulación y valoración si no hay una producción de signos consistente. Cuando esto ocurre es la garantía de que tarde o temprano se reconozca el trabajo artístico. Lo de reconocer es en sentido estricto, porque el puro trabajo de difusión de proyectos, actitudes y posiciones, sólo produce a la promoción personal. En cambio, cuando hay transformación de signos, el proceso de producción, circulación y valoración, acaba por reproducir los intereses que el artista propone. Leticia Ocharán se ha propuesto el trabajo en talleres, tanto de colegas como de iniciados, con una posición solidaria con las luchas populares. A la par trabaja con la pintura y la gráfica, colabora con proyectos literarios y hace crítica de arte, todo ello para ganar claridad. Todo esto es pertinente señalarlo, porque no es habitual encontrar trabajadores artísticos que abarquen con rigor todo el proceso productivo de signos, desde su origen hasta su valoración.

Ya se dijo que el punto clave del trabajo propiamente artístico está en la transformación sígnica. Esto no quiere decir que lo demás no importe, sino que pretende plantear límites entre la lucha artística y la lucha ideológica. Una alienta a la otra, pero ambas son irreductibles. Cuando la primera se aplica conscientemente a la segunda, se convierte en una lucha por la significación que procura romper con la codificación ideológica de los signos. En el caso del tema de la lucha entre Eros y Tánatos es obvio, a estas alturas de la historia del arte, que se ha transformado en formas que al fin de cuentas se reducen, sobre todo en la cultura europea, a combinaciones entre la curva y la recta, o a combinaciones entre una serie de una u otra, para producir la visión de lucha necesaria. Los artistas plásticos tienen ante sí una pesada carga de signos codificados por la literatura y por una solución formal al fin de cuentas reductible a combinaciones simples. Para romper con esta carga, Leticia aplica un repertorio de recursos significantes que ya quedó descrito al inicio de este ensayo, pero es importante destacar que no juega indistintamente con las formas, sino que procura relacionarlas en lo que tienen de gráfico y de pictórico hasta construir un universo en el que ambos universos desaparecen en beneficio de una nueva significación. Todo esto da lugar a series. Da lugar porque el trabajo creativo, si lo es, siempre termina por exhibir un método, y lo mejor para que este se realice es la serie.

En ella Leticia va probando todas y cada una de las cualidades de su repertorio. Unas veces recurre a lo más simple, otras a lo más complejo, hasta producir la necesidad de lecturas diversas de la serie y del lugar de cada una de sus partes. Para decirlo en sentido negativo, la monotonía no existe en estas series porque no hay redundancia, ese empeño de la incapacidad creativa en hacer siempre lo mismo, aunque con diferentes apariencias. Por supuesto, si se actúa creativamente, cada tratamiento desarrolla en particular un método, que enriquece y replica al método general necesario al repertorio formal usado. Esto es el principio contra la redundancia y contra la codificación consiguiente.

(fragmento)
LETICIA OCHARÁN EROS Y TÁNATOS,
Lo simple y lo complejo
Edit. UNAM.1986

Obra Leticia Ocharán