Andrés González Pagés

El situarse frente a una serie de cuadros abstractos de Leticia Ocharán puede llevar a la recuperación de aquella fantasía...El situarse frente a una serie de cuadros abstractos de Leticia Ocharán puede llevar a la recuperación de aquella fantasía –que todos hemos elaborado alguna vez y que quizás algún día resulte ser una realidad- en la cual el micro y el macrocosmos no son sino dos dimensiones extremas de un mismo juego: los átomos, acabadísimos sistemas solares poblados por hombres como nosotros, se hallan contenidos en galaxias llamadas moléculas que son la materia de objetos u organismos visibles y palpables. Los planetas que conocemos, por su parte, son sólo electrones de átomos de moléculas de gigantes inconmensurables que se aman en un jardín en cuyo polen o en cuyo rocío nosotros deseamos habitar pese a nuestros terribles defectos y contradicciones.

Como todo arte abstracto, la pintura de Leticia Ocharán parece excluir al hombre y su contexto; parece olvidar esta posibilidad intermedia del juego universal, que es su conciencia. Pero no se necesitan ojos extremadamente agudos ni aculturados para descubrir en esta pintura, como una constante nutricia de soles o de mórulas, elementos de anatómica raigambre que debieran bastarnos para superar toda apariencia de deshumanización. En efecto, volúmenes y espacios femeninos se integran, aquí y allá, a las estructuras y a los colores. Y para quien quiera ver esta pintura desde una posición de humanista, el proceso es al revés; es en torno a los senos jóvenes y a las vulvas vigorosas que se desarrollan en los planos coloreados y los equilibrios de la composición.

Por todo lo anteriormente dicho la pintura de Leticia Ocharán estaría más cerca de lo figurativo que de lo abstracto; es éste, ya, asunto del observador. Porque una característica del arte abstracto, quizá la más trascendental, es que obliga al espectador a colaborar con él, a participar como coautor, a otorgar a las formas que observa el contenido que le nazca ponerles de acuerdo con sus propias experiencias vitales y su propio bagaje cultural. Porque el abstraccionismo consiste en tomar las formas de la realidad para representar con ellas las relaciones esenciales que dichas formas guardan en la propia realidad, con lo que el arte abstracto deja abierto un ámbito de interpretación tan rico como la naturaleza misma. Son las estructuras generales de la naturaleza las fuerzas que nutren las relaciones formales con que el arte abstracto trabaja.

En la obra de Leticia Ocharán se viaja siempre hacia dos extremos: el micro y el macrocosmos ya señalados, lo texturado y lo liso, lo oscuro y lo claro, lo curvo y lo recto, lo cálido y lo frío, lo sucio y lo limpio. Se trata de un trabajo constante de variaciones sobre un mismo concepto.Hablando en términos del comunicólogo canadiense Marshall McLuhan, el arte abstracto es un medio “frío”, o sea que obliga a una gran actividad imaginativa por parte del observador, dado que éste recibe de la obra observada muy poca información. Un cuadro realista, por bueno que sea, entrega al observador la realidad “digerida”, le niega casi del todo la posibilidad de enriquecerlo. Desde luego, este peligro lo tiene también el artista que prefiere desenvolverse hoy en día por lo figurativo, sobre todo mientras más “reales” sean sus figuras. Para salir bien librado, el figurativista que de veras quiera ser un creador, un verdadero artista y no un artesano repetidor de formas, deberá dotar su obra con elementos nuevos, nunca antes vistos, lo cual resulta cada vez más difícil.

Por ejemplo, Leticia Ocharán muestra su calidad de artista, respecto de lo dicho en el párrafo anterior, al mostrarnos los bocetos al pastel de los que han sido algunos de sus cuadros en acrílico: nunca el cuadro grande resulta idéntico al boceto, si bien es claro que proviene de él. Ella explica que los materiales distintos la obligan al cambio, “que no le responden igual al tratarlos “, y eso ha de ser cierto, pues sabemos bien que a través de la historia distintos materiales han llevado a los artistas a expresarse de modos distintos; pero nosotros creemos que, sobre todo, el cambio que Leticia Ocharán aplica cuando realiza en dimensiones mayores y en acrílicos lo que antes fue un pastel más o menos pequeño, se debe a que no puede copiarse ni a sí misma. Y logra al final, así, dos obras verdaderas, una al pastel y otra en acrílico, siendo variaciones la una de la otra, en vez de simple boceto la una de la otra. Esto explica en parte la evolución de los estilos a través del tiempo.

En la obra de Leticia Ocharán se viaja siempre hacia dos extremos: el micro y el macrocosmos ya señalados, lo texturado y lo liso, lo oscuro y lo claro, lo curvo y lo recto, lo cálido y lo frío, lo sucio y lo limpio. Se trata de un trabajo constante de variaciones sobre un mismo concepto.

Viendo las pinturas abstractas de Leticia Ocharán se recuerda, asimismo, a Beethoven cuando dijo que el piano ya no le alcanzaba para expresarse.Viendo las pinturas abstractas de Leticia Ocharán se recuerda, asimismo, a Beethoven cuando dijo que el piano ya no le alcanzaba para expresarse. Algunos cuadros de los que ahora comentamos parecen decirnos que para sus proporciones siempre monumentales, a la artista le resulta pequeña aun la gran superficie de una tela montada sobre un bastidor de varios metros de lado. Que no le alcanza, para expresarse, el cuadro de caballete, si bien los cuadros a los que nos referimos no pueden haber sido sino pintados apoyándolos en una pared, pues no hay caballete que pueda soportarlos. Es decir, que Leticia Ocharán parece tener aspiraciones de muralista. Hacemos votos porque pronto haga cantar los muros como ahora las telas. Un mayor número de hombres podrá gozar entonces de sus fantasías espaciales y de sus contrastes. Un mayor número de hombres podrá entonces profundizar en sí mismos con su estímulo de colores y humanismo.

(fragmento)
LETICIA OCHARÁN: 20 OBRAS
Edit.Consejo Editorial del Gobierno del Estado de Tabasco Julio de 1979